El coleccionista Barracco
Su nacimiento en la antigua tierra de Calabria, rica en testimonios del mundo antiguo como los espléndidos restos del santuario de Hera Lacinia en Cabo Colonna, y la formación clásica que recibió del docto preceptor don Constantino López en los primeros años de su juventud, marcaron de manera decisiva los intereses culturales que acompañarían a Barracco durante toda su larga vida. Los amigos de sus años de madurez lo recuerdan a menudo sumido en la lectura de los clásicos griegos y latinos, rigurosamente consultados en su idioma original.
Los años transcurridos en Nápoles y su amistad con Giuseppe Fiorelli, que será director de las excavaciones arqueológicas de Pompeya y del Museo Arqueológico de Nápoles, le abrieron las puertas del mundo de la arqueología, despertando en él una auténtica pasión por el arte, y en especial por la escultura antigua.
Su compromiso político le llevó a ser elegido en el primer parlamento de la Italia unida, y con ello, a trasladarse a Turín en 1861. Posiblemente fue aquí donde, en contacto con las antigüedades del riquísimo Real Museo de las Antigüedades Egipcias, se apasionó por la egiptología y por el arte del Cercano Oriente, y comenzó a coleccionar obras adquiridas en el mercado internacional de antigüedades, especialmente activo por aquel entonces. El arte egipcio, de hecho, continuó siendo la materia predilecta del barón y a la que dedicó una mayor atención: sabemos que era capaz de leer textos jeroglíficos, y todos sus escritos sobre arte antiguo están dedicados al análisis y a la interpretación de monumentos y obras provenientes del antiguo Egipto y del cercano Oriente.
Con la proclamación de Roma Capital, el diputado Barracco se trasladó a Roma, instalándose en un apartamento en la via del Corso, pronto convertido en una especie de casa-museo. En efecto, para la ciudad era una época de gran fervor y actividad en el campo arqueológico, ligado a los importantes descubrimientos che acontecían con ocasión de la construcción de nuevos barrios residenciales y de las sedes de los ministerios: la gran infinidad de hallazgos surgidos de estas excavaciones enriqueció los museos públicos de arte antiguo, aunque también dejó algo de margen para alimentar el coleccionismo privado.
Con el asesoramiento de W. Helbig primero, y de L. Pollak en un período sucesivo, su colección de antigüedades continuó creciendo, incluyendo obras de arte egipcio, asirio, etrusco, chipriota, griego y romano, incluso algún ejemplar de arte medieval: su propósito, abiertamente declarado por el coleccionista en el catálogo de 1893, era el de “formar un pequeño museo de escultura antigua comparada” analizando la aportación que las grandes civilizaciones antiguas que orbitaban alrededor de la cuenca del Mediterráneo habían aportado a la formación del arte clásico.
En 1902, Barracco donó su colección al Ayuntamiento de Roma: a cambio, obtuvo la disponibilidad de un terreno edificable en un extremo del Corso Vittorio Emanuele II, a orillas del Tíber (Lungotevere), donde hizo construir sobre el proyecto de Gaetano Koch un edificio neoclásico destinado a la colección, con el nombre de Museo di Scultura Antica (Museo de Escultura Antigua). Barracco murió en 1914, dejando la responsabilidad del museo a Ludwig Pollak, su amigo y consejero en la adquisición de las obras.
En los años 30, con ocasión de una remodelación urbanística de la zona, el museo de Koch fue demolido y solo pasados más de cien años, en 1948, la colección Barracco encontró una colocación definitiva en la actual sede de la “Farnesina ai Baullari”.